Para la cultura en la que vivimos, insensible a la fascinación del misterio, todo lo que existe se reduce a materia para utilizar. La realidad es vivida y medida en relación a nuestras necesidades.
Se trata de una relación de no respeto, voraz, manipuladora, similar a la que un niño, en la fase narcisista, tiene con los propios diferentes objetos de amor. Estos sean la mamá, el papá, el hermano, unos juguetes o qualquier otra cosa, no poseen valor autónomo, sino que vienen percibidos en función del Yo del niño. Una relación similar hace daño no sólo a las cosas, porque vienen manipuladas y hechas vacías, sino particularmente a nosotros, que nos hacemos así incapaces de entrar en una relación de calidad diferente y más rica con el mundo circundante.