La personalidad consciente no funciona según mecanismos de proyección. Está siempre frente a sí misma. A propósito, leé mi libro “PER ESSERE FELICI”. Ed. Paoline.

Es responsable de las propias emociones.

Pero, siendo así, ya no es víctima.

Ya no podrá ser jamás víctima de nadie.

Pero reconocer no ser víctima significa perder definitivamente las propias ilusiones de niños, a las cuales siempre nos hemos agarrado para sobrevivir, para sentirnos vivos.

Sin embargo para hacerse conscientes se necesita aceptar la propia soledad, el saber de tener que morir.

Si, en caso contrario, vivimos con el miedo de ser abandonados, con el miedo de morir, nosotros no viviremos.

Una vez más complacemos las figuras de nuestros padres y no somos capaces de reintegrar aquella parte de nosotros que, en el pensamiento de cuando eramos niños, nos hicieron perder al amor de los padres, o de los amigos, o de todos modos nos hicieron perder el amor de alguien por nosotros querido, nos hicieron perder el amor del mundo.

Al fin de cuentas, nos comportamos por toda la vida según la manera en la que hemos interiorizado nuestras condiciones infantiles.

Vivimos así en un círculo sin fin.

Tenemos que quebrarlo haciendo fluir al amor, el calor de nuestra personalidad, no rechazando partes de nosotros, más bien hablar con ellas.

Si las rechazamos, estas partes se rebelarán y se transformarán, con el tiempo, en dragones, en demonios.

Cada vez estoy más convencido que lo que en nosotros sentimos como amenazante es, en verdad, algo que quiere ser conocido por nosotros.

Quiere ser amado por nosotros.